lunes, 5 de abril de 2010

En la Oscuridad



Dime, Señor, ¿qué aguarda en la Oscuridad? ¿Vacio? ¿Muerte?

Dime, Señor, ¿no habrá solo oscuridad?

Solo, al filo del atardecer, encuentro mi destino. Yace al borde de un acantilado, una cueva siniestra y perdida, lejos de cualquier resto de la civilización. Ha pasado mucho desde que inicie su búsqueda, siguiendo solo el impulso de mi justo corazón. Y al fin, lo he encontrado. El lugar donde moran las sombras, el lugar donde los demonios culpables recibirán mi justo castigo. La tierra pagana, sobre la que caerá la ira de Dios. La entrada a las tinieblas, donde los demonios aguardan, expectantes, en la Oscuridad.


Avanzo, dudo. La grieta surge de la roca como una zarpa, estrecha y afilada. Las hiedras la rehúyen, y solo los restos de unos tojos grises y espinosos se atreven siquiera a acercarse. Incluso la roca parece temer a la grieta; las vetas tratan de alejarse, formando líneas dispares, que a medida que confluyen en ella, se sumen en la eterna negrura.


Dame esperanza, Señor, pues pienso cruzar la frontera de tu reino.


- Dolan, mi vida – me dice Aina desde mis recuerdos. – Te amo.


Su voz llega en forma de mensaje del cielo. Cruzo el umbral.


La antorcha crea una luz mortecina que se extiende un paso por delante, mientras el resto del mundo permanece en una oscura incertidumbre. Tiemblo. Mis manos se calman al encontrar el pomo de mi espada, que me da valor, y la cruz en mi pecho, que me da fuerza.


Camino, y dejo atrás los últimos vestigios de la luz del sol.


La roca parece morir en un mar de azufre. El olor de podredumbre me invade. Avanzo, mientras el pasillo se estrecha y el suelo se astilla a mis pasos. La antorcha tiembla ante el silente resoplido de la oscuridad. La corriente aspira el aire infectado y me impulsa a seguir.


Llego a la caverna.


- Dolan, mi vida – me dice Aina, justo ante mis ojos. – Ámame.


Su cuerpo desnudo ruega ayuda, sus manos golpeando el pubis en un frenético golpeteo. Dudo. Aina, mi amor.


- ¡Atrás demonio! – grito, alzando mi espada - ¡Tú no eres la mujer que amé!


Y el demonio no lo niega, pero huele a mujer. Y gime de placer, y suplica:


- Ámame, Dolan, mi vida – susurra, y su voz reverbera en la caverna como un eco frenético.

- ¡Siente la ira del Señor!


La cruz me da fuerzas, la espada valor. Cargo contra el demonio que ni siquiera me mira, pero su gemido aspira el azufre, la roca, y la luz. La antorcha se apaga de súbito, la oscuridad me rodea, y sus suspiros producen ecos en las tinieblas.


- Ámame, Dolan. Ámame. Ámame. Ámame, Dolan.


Mi espada no encuentra su presa. Oigo el repicar de sus manos en su cuerpo, como un centenar de tambores resonando en la cueva. Grito. Ella gime, y gime. Lloro.


- Ámame. Ámame, mi vida. Ámame.


Ruego a Dios por clemencia.


Los gemidos se detienen, sus manos cesan en su empeño y se hace el más puro silencio. Caigo de rodillas, mientras ella dice por última vez.


- Ámame, Dolan.


Y su voz se mueve, como una guía. Fuerza, valor. Sigo sus ecos febriles, mientras recuerdo, buscando cordura.


La piedra de mi hogar, la hoguera. Recuerdo las risas de los niños, las caricias nocturnas. Recuerdo la piel del lobo, y recuerdo sus labios y su sonrisa. Recuerdo la luz del sol. Avanzo tras ella.


Al fondo del pasillo, luz. Febril, pero luz. Corro.


La pared surge como sables, el suelo y el techo caen sobre mí con afilados dientes. La sangre salpica en derredor. Me arrastro, desesperado, hacia la luz. La roca se queda mi espada, mi cruz, mi valor, mi fuerza. Mis manos se agarran a la tierra que se cierne sobre mí, escarban, se agitan, y mis piernas se revuelven ante su destino final. Camino entre gritos de dolor.


Mis últimos pasos son inciertos. Avanzo aciegas, sin propósito ni futuro. El horror me golpea y comprendo que jamás saldré de ese lugar.


Y finalmente, cruzo el pasillo.


El resplandor surge de la luz de mi hoguera. La chimenea de piedra se encarama hasta hundirse en la misma tierra. La piel del lobo yace en el suelo, sus ojos rojos, tristes e inmisericordes. Aina acaricia a los pequeños, que juegan con manzanas doradas, girando a su alrededor en eternos círculos.


- ¿Acaso ya no me amas, Dolan? ¿Acaso ya no recuerdas? – me dice, y yo grito. Grito, porque es perfecta, porque es su imagen, su voz, su olor, su sonrisa. El demonio me obliga a ver y sufrir.

- Tú solo eres una sombra de mi esposa, demonio. Tus juegos no me engañan.

- ¿Es eso, Dolan? ¿Has olvidado? ¿No me amas?

- ¡No eres ella! – grito.


Los niños corren a mi lado, sus sombras agitándose, trémulas. Las manzanas doradas caen al suelo mientras ellos se cogen de la mano y saltan, saltan como lo hacían entonces.


- Papa, Papa, Papa, Papa, Papa, Papa, Papa, Papa, Papa, Papa… - cantan, ambos.

- ¡¡Basta!! – grito, golpeándoles con todas mis fuerzas. Las sombras parecen dispuestas a saltar, pero ellos caen y lloran.

- ¿Papa? – pregunta ella.

- Papa – ruega él.

- Enviados de Satanás – grito, y las mazas de oro surgen justo al lado de mis manos. El fruto, cubierto de púas afiladas, el rabo, convertido en un asta de plata. Dios ilumina mi camino. Tomo una de ellas y la levanto sobre sus pequeñas cabezas. – ¡No sois mis hijos! ¡Sois solo sombras!


Descargo sobre ellos toda la rabia de los cielos. La maza salpica sangre negra, mientras sus sombras chillan, inaudibles, oscuras. El lobo mira. Aina llora.


- ¡Papa! ¡Papa! – grita ella.

- Papa… Papa, ¡papa! – susurra él.


Parto las sombras que los recubren en dos y la sangre se dispersa como aceite. El lobo me mira. Aina llora.


- ¿Por qué nos has olvidado, Dolan? ¿Por qué ya no me amas? – dice ella, entre el llanto.


No dudo. Doy un paso, y luego otro. Llego hasta ella, con las mazas cubiertas del repugnante ácido negro. Levanto mi arma.


- Sufre la ira del Señor, demonio – le digo, y descargo mi arma sobre su perfecto rostro. La oscuridad me golpea en la cara, pegajosa. Trato de ver, y oigo solo sus voces, mientras me arranco la negrura con las manos.

- Papa… Papa… Papa… Papa… Papa… - repite él

- ¿Papa? ¡Papa! Papa… ¡Papa! ¡¡Papa!! – grita ella, su voz perdida en el infinito.


Caigo, sumido en las sombras. Caigo sin fin. Notó el vacío del aire, que viene solo en la forma del olor de la sangre fresca, y me arranco tiras de mi piel mientras araño tratando de sacarme la infección de los ojos. El dolor es lacerante, y grito. No sirve de nada. Mis brazos arrancan más y más piel, buscando solo una salida, una pizca de luz. Grito, pero nadie responde a mis súplicas.


Recuerdo. Su risa ya no sirve, contaminada por la forma del demonio. Su voz, replicada por el mal más puro, no es mi guía. Dios ya no puede ofrecerme valor, fuerza, esperanza o amor. Solo venganza.


Recuerdo sus cuerpos ensangrentados ante la piel del lobo. Los niños, apaleados, sus caritas convertidas en una masa de sangre y vísceras. Y Aina, desnuda, la sangre de los niños por todo su cuerpo. Su cara, desfigurada, su cintura, cubierta de la semilla de su asesino. Recuerdo mi horror, mi vergüenza. El llanto, la ira. Recuerdo mis dedos ensangrentados, con restos de mi propia piel entre las uñas. Recuerdo con la claridad del cielo diurno, bendito, iluminado.


La oscuridad se aleja de mí, y solo deja tras de sí a un hombre que rasca con sus manos en el azufre. Su rostro desfigurado por la sangre, su mirada oscurecida por la noche. Sus ropas, harapos desgarrados.


Contemplo a mi demonio.


- Esto ya ha llegado a su fin, malditas criatura – le digo, lleno de la santa venganza en mi corazón. – Puedes esconderte bajo las formas que quieras, ¡no me das miedo! ¡Se que proteges al culpable! ¡Pero no podrás protegerlo de mí!

- La soga, la soga – dice mi demonio, con mi voz y mi certeza. – Se agita, se clava. La soga, la soga.

- No hay nada que puedas hacerme – le digo, - nada que puedas quitarme. Nada que puedas ofrecerme. Soy la espada del Señor. Soy la Justicia, la Venganza.

- Se tensa, te ahoga, la soga, la soga. Justa y maldita, la soga, te ahoga.

- ¡Basta! – rujo, y la oscuridad tiembla, pues mi voz es Su Voz, y mi palabra Su Obra.

- Tiemblas, lloras, clavas tus pies en vacíos que te atrapan y te toman, y la soga, te ahoga.

- ¡Basta! – grito de nuevo, y la oscuridad se aparta, y vislumbro luces y sombras.

- Te ahoga. La soga.

- ¡Basta! – grito por última vez.


La grieta se parte, la oscuridad huye ante mí, y se levanta el telón.


Y tras él, el cadalso.


Allí estoy, Justicia y Venganza, pendiendo de una cuerda de lino. Una multitud de sombras me contemplan, esperan. Mis piernas se agitan, espasmos, estertores de una vida que se apaga. Observo. Aina, los niños y el lobo observan detrás de mí.


- ¿Recuerdas ahora, Dolan? – dice Aina.

- Papa – dice ella.

- Papa – dice él.

- ¿Por qué no nos amabas, Dolan? – pregunta Aina.


Y es Aina, y no el demonio, quien formula la pregunta. La Justicia y la Venganza caen sobre mí. Mi alma se hace pedazos. Contemplo la sangre de mis manos. Contemplo la cruz de mi pecho. Caigo de rodillas, y lloro, contemplando la sangre de mis manos.


Y el lobo, me habla, y me dice.


- Mira, Dolan.


Mi cuerpo pende por un instante de la soga, y luego cae. Mi vista lo sigue mientras cae, y cae. El fuego ilumina su camino. Cae, y cae. Hasta las profundidades de la Tierra. Hasta que el fuego ya no es rojo, sino negro. Hasta que el fuego cesa de dar luz. Y mi vista se convierte en mí, y vuelvo a estar de pie ante el cadalso. Y entonces lo entiendo. Estoy en el Infierno. Lo he estado, todo este tiempo. Ya solo me queda una eternidad de vacío, de inexistencia, sumido en las tinieblas.


En la Oscuridad.


Y el lobo, me habla, y me dice.


- Descansa, Dolan.


Pero el lobo miente. No hay descanso donde estoy. No hay descanso en las tinieblas.


En la Oscuridad.


Y el lobo, me habla, y me dice.


- Sufre, Dolan.


Contemplo sus fauces, que se aproximan.


En la Oscuridad.


Y el lobo, me habla, y me dice.


- Recuerda, Dolan.


Y recuerdo.


Solo, al filo del atardecer, encuentro mi destino. Yace al borde de un acantilado, una cueva siniestra y perdida, lejos de cualquier resto de la civilización. Ha pasado mucho desde que inicie su búsqueda, siguiendo solo el impulso de mi justo corazón. Y al fin, lo he encontrado. El lugar donde moran las sombras, el lugar donde los demonios culpables recibirán mi justo castigo. La tierra pagana, sobre la que caerá la ira de Dios. La entrada a las tinieblas, donde los demonios aguardan, expectantes…


En la Oscuridad.


Y el lobo, me habla, y me dice que recuerde de nuevo.


Y el lobo, me habla, y me dice que no olvide jamás.


Y el lobo, me habla, y me dice que pague, por toda la eternidad.


Y el lobo, me habla, y me dice:


- Despierta, Dolan.


Mas no puedo despertar.


Y el lobo, te habla, y te dice.


- Despierta.


Y despiertas.


En la Oscuridad.


Dime, Señor. ¿Qué aguarda en la noche? ¿Sueños? ¿Pesadillas?

Dime, Señor, ¿no habrá solo oscuridad?


Y el lobo, te habla, y te dice.


- En la Oscuridad.


FIN


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